Corría allá por el año 1997, cuando los ojos de un entonces joven servidor se iluminaban por la paleta de colores que ofrecía el mítico Rey León de la Sega Megadrive. Más tarde, llegaría en forma de regalo el Dynamite Headdy. Por aquel entonces no era consciente de lo que jugaba, ni tan siquiera puedo asegurar que supiera sostener el mando correctamente. No es el mejor recuerdo que tengo de aquellos videojuegos, pero sí el que sembró la semilla. Como el niño que ve llover por primera vez, esa sensación de asombro que nos cala hasta tocar la tecla adecuada en lo más hondo de nuestro interior. Poco después, y con algo más de soltura en las manos, llegó a mi vida la Super Nintendo, con un Street Fighter II y un tal Super Mario World debajo del brazo. Y entonces, mi vida cambió, solo que aún no lo sabía.
Estoy seguro de que muchos de vosotros recordaréis ese momento en el que los videojuegos llegaron a vuestra vida. Quizá más tarde de lo que os habría gustado, o demasiado pronto como para disfrutar de ellos, pero ahí estaban. Personajes, mundos llenos de color, y aventuras que se quedarían para siempre en nuestras retinas. Melodías que embargan nuestra nostalgia y nos trasladan de nuevo a esa añorada infancia. Qué tiempos aquellos, cuando jugábamos sin más tiempo que el que nos delimitaban nuestros propios padres. Han pasado los años, pero los videojuegos siguen llevándonos de la mano, incluso en los peores momentos de nuestro día a día.
En lo bueno y en lo malo
A lo largo de su vida, las personas sufren experiencias de todo tipo. Momentos duros y otros no tanto en los que el refugio más seguro es el que uno mismo se impone, amparándose en aquello que les apasiona. Ese algo que rellena el vacío más inimaginable o, simplemente, tiñen de color los días más grises cuando nada más lo hace. Los videojuegos han ejercido desde su origen una importante labor que, con el tiempo, ha ido mucho más allá del mero entretenimiento.
No podemos negar que estos constituyen toda una industria que mueve al año millones y millones de euros, pero por supuesto, no todo es el dinero. Hay aventuras que no tienen precio, caminos que merecen ser recorridos una y otra vez, esos que marcan un antes y un después en nuestras vidas. Y desde luego, hay videojuegos que sanan.
Todos tenemos a esos personajes que se ganan un hueco en nuestro corazón, los que nos transportan a universos llenos de luz cuando el mundo exterior se vuelve oscuro. Están ahí siempre que les necesitamos. La pérdida, el desamor, la enfermedad, el bullying, el estrés del trabajo, la presión de nuestro sistema educativo… ¿y qué hacer cuando la pena y el dolor invade cada rincón de nuestro ser? ¿cuando quisieras gritar y no puedes?. Bueno, no sé si es el mejor remedio pero si algo sé, es que los videojuegos, en toda su variedad, son capaces de alejar toda esa carga negativa que nos atosiga. A través de un abanico infinito de sensaciones, regalan esa paz tan necesaria en lugares de ensueño, donde la adrenalina, el desasosiego o una atmósfera relajante son suficientes para sacarnos una sonrisa.
La soledad del jugador de videojuegos
Últimamente, he podido leer mucho acerca de debates a favor o en contra de los títulos para un solo jugador. Que el multijugador debe imponerse porque sí. Y en parte tienen razón, es un componente vital en la era en la que vivimos, pero no ha de ser aplicable por decreto en absolutamente todo.
Algunas de las aventuras más memorables que he vivido con un mando en las manos, han sido en un single player. En otros, incluso pudiendo hacerlo en compañía, lo he hecho en solitario. Salir a ese mundo abierto sin rumbo fijo al que ir, descubrir sus entresijos, o superar los retos que vayan surgiendo hasta llegar al final del camino, es un periplo de lo más satisfactorio. Las llanuras de Hyrule, los restos de Jacinto, las gélidas tierras nórdicas, cualquier lugar es bueno para escaparse por unos instantes.
He descubierto los tesoros más increíbles, acabado con los seres más extraños y horripilantes, conducido por las mejores carreteras que jamás hayáis visto, y me he perdido por rincones tan insólitos que cuesta creer que hayan salido de la mente de un ser humano. De hecho, hasta he aprendido. En definitiva, he llevado a cabo un sinfín de vidas diferentes, que de otra manera jamás habría experimentado. Y lo que es más importante, ninguna de ellas provocó en mi cualquier atisbo de sentimientos negativos más que el hecho de saber que me acercaba a su inevitable final. No quiero decir con esto que la soledad sea positiva, es solo que a veces, es necesaria en su justa medida cuando tenemos un mando en nuestras manos. Y eso amigos, ese encuentro con nosotros mismos, es maravilloso.
Acerca del autor
He viajado a mundos que jamás creeríais, acabado con enemigos que escapan a todo misticismo. He sentido mi pulso acelerarse con cada batalla, y el suspiro de quien sabe que tendrá que volver a levantarse. Siempre hay un villano esperando y una aventura a la vuelta de la esquina.